Un Soldado Rosa


UN SOLDADO ROSA

Desearía tanto volver, coger mi rotulador favorito y, esta vez, conociéndola, pintarrajear su cuaderno para que se acuerde de mí. No por eso la echaría de menos, más cuando yo no entienda sus palabras o sus motivos de ponerle falda a mis soldados. Y no solo eso, sino también por esa manera tonta de pintar mis tanquecitos de rosa o de cualquier color que no encaje en mi guerra. 

Me encantaría vivir aquellos tiempos en los que el miedo solo existía con las historias de terror. Asustarla en cada entradilla antes de llegar a su habitación, y decirle, para que no lo olvidara, que nunca pretendería hacerle daño.

Me gustaría discutir por una tontería de niños, enfadarnos, y volver a hablarnos sin querer cuando se nos olvide. Burbujear en un vaso de leche mientras mojamos galletitas. Sentir su primer beso, su primer amor… Aquello que hacíamos sin saber qué era, y también comernos todas las chuches que había en su mochila antes de cenar.

Me hubiera gustado ir de excursión al campo y encontrarla escondida bajo un arbusto, con intención de asustarme. O ser castigados por aquel profe malo de secundaria y salirnos al pasillo. Escribirle con típex blanco mi nombre en su estuche, o verla en la grada, cuando yo jugaba en el campeonato.

Todo aquello que nunca vivimos y nunca podremos recordar, es lo que siempre me faltaría. Ese era el riesgo de conocerla cuando habíamos crecido: porque ya había escrito poemas, porque ya me habían hecho daño, ya habían jugado conmigo… Y seguro que la vida nos había castigado más de una vez. También aprendimos que los humanos hacen más daño que los monstruos y, sobre todo, nos dimos cuenta de que las guerras entre dos acaban de otra forma.

Sin embargo, no por eso iba a parar de jugar o darle todos los días mi primer beso. No dejaría de comer chocolate con ella, antes de cenar, cuando esos ojos traviesos me mirasen pidiendo calorías. No iba a parar de hacer pompas en un vaso de leche, mientras ella se riera de mí. Tampoco iba a impedir que me pintase el cuerpo con un rotulador, que me robara mis pijamas o alguno de los peluches de mi estante.

Yo no tendré edad máxima para que sus tanquecitos (del color que ella prefiera) o sus muñecas invadan todas mis fronteras.

No, nunca lo haría. Aun sabiendo todo lo que he perdido y todo lo que ahora llevo a mis espaldas. Aun aceptando que algún día acabará esa guerra, y asumiendo la alta probabilidad de que mi hombre, mi pequeño soldado de plástico, salga gravemente herido.

Pero no, nunca dejaría de jugar con ella. Porque existen personas que te hacen volver como eras antes, como siempre has querido, como tanto añorabas.

Y vuelves a ser tan feliz, como el niño que un día perdiste.                              




No hay comentarios:

Publicar un comentario