Apenas me habló,
y ya me dio más miedo
que cualquier otra mujer ajena
que, por zángano,
me hubiera invitado a su colmena.
Mi buen amigo me decía:
«Ten cuidado, no te fíes,
que esas te vuelven loco
si tú con ellas te ríes».
Y no era para menos:
se vino paseando
a cuatro zagales,
que a mirar se acercaban.
«Pobres de ellos», pensé,
porque me la llevé del parador,
y ella, astuta, ni se enteró.
Pero no, creo que otra vez,
acabé perdiendo yo.
La cogí del brazo,
«¡No me llames nena!»
me dijo molesta,
y yo pensando
que estaba en su cesta.
Es lo que nos pasa,
a nosotros, los piratas:
que no tenemos vergüenza.
Más que un barco me llevaba,
que ni cuarenta ladrones a bordo,
robaban más que ella.
¡Y sí que estaba inquieto!
Me perdí por callejones,
que por vino no recuerdo,
me atraganté conversaciones
y por no decir me muero,
ella me calló con un beso.
Ahí, te juro que no era yo,
el más pirata de los dos.
(Fragmento de Pócimas, Piratas y Poetas)
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